Por fin, durante la primera semana del mes de octubre de 1925 y tras meses de pacientes esfuerzos, consiguió ver la cara de Stooky Bill en su pantalla receptora, no como un contorno, sino como una imagen próxima a la de una fotografÃa. El propio Baird, en un libro que recoge sus memorias, escrito por su hijo Malcolm en 2004, narra con cierta gracia la excitación del momento:
«Bajé corriendo el pequeño tramo de escaleras hasta la oficina de Mr. Cross y agarré por el brazo a su joven dependiente, William Taynton, tirando de él escaleras arriba y sentándole enfrente del transmisor. Entonces me fui hasta el receptor donde me encontré con la pantalla en blanco. Resultó que a William le asustaba la terrible claridad de los focos y el estruendoso zumbido de los discos y se habÃa apartado del objetivo. Ante esta situación le di media corona y le empujé de nuevo a su posición. En esta ocasión la imagen de William llegó clara hasta la pantalla del receptor y vi su rostro parpadeante, pero claro, ante mÃ. Era la primera cara que se veÃa por televisión y su dueño habÃa tenido que ser sobornado por el privilegio de semejante distinción».
Con todo y con ello, ganarse el respeto de la comunidad cientÃfica requirió algo más de arte y unas dosis adicionales de formalidad. Baird y su nuevo socio, el hombre de negocios irlandés Oliver George Hutchinson, organizaron una demostración privada para un selecto grupo de miembros de la prestigiosa Royal Institution británica, que tuvo lugar el 26 de enero de 1926 en el ático del domicilio de Baird, situado en el número 22 de la calle
Frith. Los visitantes quedaron gratamente impresionados y la edición del periódico The Times, dos dÃas después, recogió la noticia dedicando grandes elogios al aparato que Baird habÃa bautizado con el nombre de Televisor.