No dejamos de sorprendernos con las abrumadoras votaciones, mayores que las de nacionalidades bastante más pobladas, que ayudaron a elegir a Machu Picchu o el rÃo Amazonas, como nuevas maravillas, o las que convoca cualquier concurso sobre los mejores personajes, platos o paisajes del mundo, donde los peruanos quedan desproporcionadamente bien ubicados. Todo esto obliga a elucubrar, con tanto entusiasmo como preocupación, qué pasará si esta gran convocatoria de las redes se orquesta para la tele, con la tele o contra la tele. No hay ejemplos ilustrativos e importantes de que alguien trabaje en este último sentido, pero sÃ, al revés, es común encontrar a estrellas y programas manejándose más en Twitter que en Facebook, como community managers de sus propias temporadas. Beto Ortiz, de quien ya hablé, en su afán de revolucionar la competencia noticiosa mañanera reemplazando las notas efectistas con larguÃsimas entrevistas (del late show al early show llamado Abre los ojos) se alimenta y alimenta las redes con especial afán.
Con o sin redes, fuera o a través de ellas, ha aumentado la concientización y el empoderamiento de los televidentes frente a las pantallas. Estas responden más rápido que antes a quejas sobre excesos en los noticieros (por ejemplo, causó especial indignación en Frecuencia Latina un niño cuyo rostro fue debidamente pixelado pero obligado por la reportera a describir con detalles como fue penetrado por un violador) o desnudos en el horario de protección al menor (de 6:00 a.m. a 10:00 p.m.), y cada vez atienden con más prontitud y respeto las demandas de corrección polÃtica voceadas por ONG y colectivos feministas, LTGB o afroperuanos. Estos últimos, a través de la ONG Lundu, se han concentrado en reclamar corrección a la tele y son un ejemplo para otros entes y grupos pasivos ante la pantalla.