Un personaje es un precioso elemento educativo y a la vez de goce, de enriquecimiento perceptual. Cuando se los reduce tanto, cuando todo lo que pueden mostrarnos ya lo sabemos de antemano, dejamos de lado la indagación, la curiosidad, la posibilidad de construir conocimiento y de gozar con los mensajes.
El último módulo, dedicado a «La televisión y el niño», incluirá un banco de sugerencias de prácticas para profundizar en esas lÃneas.
Por supuesto que el atractivo que ejercen los personajes previsibles tiene su explicación, como vimos anteriormente. Se trata de formas que en su reiteración nos van dando apoyos, parámetros de certidumbre. Por eso, en el afán de luchar contra los estereotipos, muchos autores, muchas instituciones han pasado al extremo opuesto: sólo se ofrecen mensajes con una alta dosis de información, sólo personajes complejos, difÃciles de descifrar. Lo cual puede constituir una opción interesante, pero no precisamente educativa.
Dentro de este campo hay que aprender a negociar entre lo previsible y lo imprevisible, entre la certidumbre y la apertura de nuevas posibilidades.
¿Cuáles son las capacidades que se atribuyen a un personaje? ¿Cuáles son las que se le niegan? Hablamos de competencia en el sentido de «ser competente para». El reconocimiento de la distribución de la misma en el relato es de suma importancia para comprender por dónde va la intencionalidad del mensaje. En efecto, hay personajes que desde un comienzo carecen de competencia y hay otros que la poseen toda.
«Juana tenÃa a su niño pequeño enfermo. No sabÃa qué hacer y el chico se le morÃa en los brazos. Una vecina le aconsejó ir al centro de salud donde el médico...», etc., etc.
Juana es mujer y vive en el campo. En muchos mensajes producidos por ministerios de salud de nuestros paÃses, ese tipo de seres carece de toda competencia, en especial la que tiene que ver con el conocimiento, con la cultura.